La juventud es la etapa comprendida aproximadamente de los
18 a los 25 años. Es la etapa en la que el individuo se encuentra más tranquilo
con respecto a lo que fue su adolescencia, aunque todavía no ha llegado al
equilibrio de la adultez. El joven es capaz de orientar su vida y de ir
llegando a la progresiva integración de todos los aspectos de su personalidad.
En el campo
del conocimiento: El joven es más
reflexivo y más analítico. Es la mejor época para el aprendizaje intelectual,
porque el pensamiento ha logrado frenar cada vez más los excesos de la fantasía
y es capaz de dirigirse más objetivamente a la realidad. Tiene ideas e
iniciativas propias, pero no deja de ser un idealista; sus ideales comienzan a
clarificarse. De ahí nace el deseo de comprometerse.
En el
aspecto moral: Los valores
empiezan a tener jerarquía en la que predomina la justicia y es capaz de
distinguir lo prioritario y lo urgente. Rechaza la imposición, no con
agresividad sino con una sana rebeldía. Asume una conciencia propia de sus
actos y les da el valor moral que les corresponde.
Su
desarrollo puede desembocar en la autonomía y
entonces sabrá integrar a sus convicciones personales los valores presentados
por la sociedad, la religión, el grupo y el ambiente de trabajo o de estudio. Pero
también puede desembocar en la dependencia, entonces será arrastrado por lo que
los otros, será como un barco sin anclas en el que las olas le harán bailar
hasta que la primera tempestad le haga naufragar.
En el ámbito
vocacional: Es el momento en
el que el joven se orienta hacia una profesión, hacia el mundo del trabajo,
todo se concretiza en el PROYECTO DE LA EXISTENCIA. Ese proyecto es el conjunto
de valores en el que el joven crece, le da una orientación a la propia vida y
lo orienta dinámicamente hacia el futuro.
Puede el joven desviarse escogiendo un
proyecto consumístico, egocéntrico; un proyecto válido ha de tener en cuenta el
hecho fundamental de la existencia, las convicciones religiosas, el compromiso…
Todo esto supone una opción inteligente y
libre. En esa medida será una opción que responda al hecho fundamental de la
existencia: "ser para el otro" será una opción de amor.
En la vida
afectiva y sexual: Mirando hacia
atrás, un joven se ríe de sus fracasos sentimentales, porque empieza a
descubrir lo que es realmente el amor. El joven varón, luego de sentirse
atraído por el físico de las chicas y por las chicas que llenaban determinadas
cualidades, ahora necesita amar a una sola persona con quien proyectar
posteriormente una comunidad de vida.
La joven deja de soñar en su príncipe azul,
para aceptar un muchacho como es, e iniciar un diálogo de amor auténtico.
El amor ya no es para él o para ella un simple
pasatiempo, una necesidad social, un escape, una compensación, sino un
compromiso serio y respetuoso con la persona a quien ama. Todo esto implica que
el joven es ya dueño de sí, controla sus impulsos y así se desempeña
oportunamente.
Su
socialización: Frente a los
demás, el joven actúa responsablemente, es decir, haciendo uso de su libertad
es capaz de responder de cada uno de sus actos, de tener conciencia de lo que
dice y hace en orden a la realización del proyecto de vida. Esto significa que
el joven:
·
Asume la vida
como tarea
·
Es consciente de
su solidaridad con los demás
·
Está convencido
que su vida es para los demás
·
Está abierto a
nuevas responsabilidades
Desarrollo
religioso del joven: En el joven se
verifican profundas transformaciones en el pensamiento religioso. Así, el joven
fundamenta críticamente la religión con mayor base motivacional, pero también
puede acentuar su crítica sobre determinadas formas institucionales que se
oponen al ideal de un pueblo de Dios en marcha.
Para algunos jóvenes la visión religiosa del
hombre y del mundo puede servir de soporte a la autonomía moral. A las antiguas
motivaciones de origen parental (es malo porque está prohibido por los padres)
o de rigen social (es malo porque está prohibido por el grupo o la sociedad) se
sustituye la mueva motivación racional y religiosa (es malo porque está contra
el orden establecido por Dios para la realización del hombre).
En esta época se presentan las dudas
religiosas. Aquí hemos de distinguir entre una duda positiva y otra negativa.
La duda positiva es de la persona que busca una más grande verdad,
desarrollando una función de ulterior maduración. La duda negativa, en cambio,
es síntoma de una personalidad religiosa en crisis fruto de un pasado religioso
harto de dificultades.
El joven al ingresar a la universidad o a un
centro de estudios superiores, se encuentra con una serie de ideologías que
pretenden dar una explicación exhaustiva del hombre y del mundo. Frente a este
fenómeno el peligro es el de querer relativizar todo.
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